Solía
ser así,
antes.
Cuando
el amanecer era el despertar de párpados.
Cuando
las personas se entendían entre ellas.
Cuando
no había resentidos.
Y
la noche era la reina.
Los
neones eran guías de las almas perdidas.
Vagaban
buscando respuestas,
los
fantasmas del pasado sonreían.
Y
solo era necesario un punto de interés
para,
en la mañana, sentir la calidez del Sol naciente
y,
rotas las preguntas,
apuñaladas
por realidad, la extraña sensación
de
plenitud
y
respirar.
El
flujo de la vida,
El
ciclo temporal.
Un
rostro sereno.
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